Capítulo III: En boca cerrada no entran moscas

Negociar, entretener, hacer amigos, dejar volar la imaginación, respirar hondo, domesticar tecodontosaurios… ¡Esto es Wom y esto es la Comunicación! Esto es lo que he aprendido en estos tres meses y esta es la artillería que se necesita para salir victoriosa en unas batallas muy especiales: LAS REUNIONES con los clientes.

Yo había oído hablar de las reuniones de amigos, de antiguos alumnos, reuniones de la comunidad de vecinos, reuniones familiares, reuniones de thermomix… pero nada que ver. Las reuniones de Wom tienen súper poderes. Son el momento cumbre, LA OPORTUNIDAD. Gracias al “buenos días, me llamo Araceli” los clientes podrán irse a sus casas tranquilos sabiendo que la chica que vino con Wom tiene voz.

Aún intentando casar las caras que acabo de conocer con las fotos de perfil que encontré en linkedin, llega el momento de sentarse. Elegir el lugar no es muy dramático, basta con parecer distraído con algo y esperar a que la mayoría se sienten. Entonces llegas tú y… ¡listo! Te colocas en una de esas sillas que crecen y crecen mientras avanza la reunión hasta convertirse en gigantes.

Una vez sentada, empieza el espectáculo. Todos los que se encuentran allí, sentados frente a ti, hacen preguntas sobre el proyecto. Tú ya te las habías figurado en tu imaginación (a las reuniones hay que ir preparada), te gustaría disparar y empezar a contestar pero, ¡otra vez los súper poderes! La voz te desaparece. Puede pasar una hora, dos… y tú sin soltar prenda.

¿Y si… sin darme cuenta desvelo el secreto mejor guardado de Wom, perdemos el cliente y el mundo explota? ¿Cómo voy a contestar yo? Está bien, conozco el proyecto de memoria, tuve que redactarlo tres veces porque las dos primeras fallé, he olvidado mi nombre pensando en él pero… en serio, ¿cómo voy a contestar yo?

Cuando llegamos al ecuador de la reunión me doy cuenta de mi papel allí. Soy como un cura en su confesionario: me dedico a escuchar y dar mi venia asintiendo con la cabeza. Pero muchos de los que se confiesan prefieren no hacerlo conmigo. Les pasa como a la abuela Carmen, que decía: “lo mío es con dios y no con el cura”.

Aunque siempre me gustó salir ahí a pelear, aún es pronto para hablar. Tendré que hacerles confiar en mi dogma y convertirlos en auténticos beatos. De momento, disfrutaré de mi asiento en la barrera aprendiendo de los demás, cosechando mis ganas de demostrar que creer en mí, merece la pena.